jueves, 24 de mayo de 2012

Tránsito hacia la locura.

Estaba ahí tirada, con los ojos cerrados y una respiración profunda. Tenía algunos rasguños en el cuerpo y el vestido completamente destrozado. Estaba cubierta de sangre por  todas partes, aunque no parecía suya. Su expresión no era de las más encantadoras, dormía como si estuviera teniendo algún tipo de pesadilla y no pudiera escapar de ella. Solo la noche y aquel bosque en el que nos encontrábamos sabía que horribles y terroríficos sucesos podía haberla ocurrido para que una criatura tan hermosa como ella hubiera podido acabar en este siniestro lugar.
Abrió los ojos de repente. Su respiración se aceleró, emitió un chillido casi mudo pero a la vez aterrador. Me miró, se quedó contemplándome inmovilizada. Pude ver a través de sus ojos azules que estaba muerta de miedo.  De pronto racionó, se levantó de un salto y empezó a correr, no me lo pensé dos veces salí detrás de ella como una mecha. Iba en dirección a el caserío. No podía dejar que ellos la encontraran. Tropezó y no intentó levantarse, se echó a llorar. Me senté a su lado intentando pronunciar una sola palabra, pero no era capaz. La acaricié la cara y me miró. Ya no parecía tan asustada, solo algo perdida y desorientada. Me regaló una sonrisa, pero eso fue lo último que vi antes de que se la llevaran. Había corrido demasiado cerca del caserón, nos habían encontrado. La encerraron en el calabozo y a mí con ella. Esta vez habían doblado la seguridad, no podían permitir que me volviera a escapar. Los meses que había pasado allí fueron horribles. Veía como todos mis acompañantes de celda eran maltratados de las maneras más terribles que existían y cuando dejaban de ser útiles su cuerpo se lo arrojaban a los perros. Pero a mí no me esperaba ese destino, querían saber la contraseña, aquella por la que habían matado a tanta y tanta gente. Solían maltratarme haciéndome beber litros y litros de agua,  a veces sentía que me ahogaba, otras que mi estómago iba a reventar. Pero resistía y ellos siempre se daban por vencidos. No recuerdo todas las veces que había conseguido escapar, pero no tenía a nadie en el mundo ni ningún lugar a  donde refugiarme. Solo la tenía a ella. Ella era la que me daba fuerzas para poder seguir resistiendo todo aquello. Se sentaba a unos metros de la ventana de mi celda y se ponía a dibujar. Sus dibujos eran realmente preciosos, casi tanto como lo era ella. Nunca habíamos tenido ningún tipo de conversación pero yo sabía que la amaba.No podía permitir que la hicieran daño. Era una criatura demasiado perfecta para que esos animales la tocaran, aunque no me imaginaba las terribles cosas que la habían echo la noche anterior cuando descubrieron mi amor por ella. Estaba seguro de que la utilizarían para hacerme confesar.
Entraron cuatro hombres en la celda, la agarraron brutalmente y la ataron a una silla. la colocaron una rata en el abdomen, esta se encontraba encerrada en una jaula abierta por abajo, los bárbaros la hacían rabiar con palos para que el animal buscara una salida y no encontrara otra que su tripa. Empezó a morderla la tripa mientras ella soportaba el dolor como podía. Sus gemidos eran desgarradores. Yo me encontraba  ala otra punta de la habitación observando como maltrataban a el único ser que había amado en el mundo.
-Dinos la contraseña, su tiempo se agota.
No podía más, tenía ganas de gritar pero no lo conseguía. Abrí mi boca de par en par pero no conseguí emitir ningún sonido. Era mudo, pero ellos no lo sabían, se lo había ocultado todo este tiempo, era algo a mi favor. Pero ahora tenía que decírselo. Me intenté levantar para ayudarla pero estaba atado de pies y manos, condenado a observar como la rata la comía las tripas y ella lloraba de dolor. No lo podía soportar. Intenté por todos los medios, desatarme, ayudarla, matarme, todo para que mi dolor cesase. Pero la rata cada vez escarbaba más y la producía un agujero y un dolor más grande a mi amada. No podía hacer nada. Intenté ahogarme con mi propia saliva, pero no resultó efectivo. Cerré los ojos, pero aún podía escuchar el desgarrador sonido de sus chillidos. Cuando abrí los ojos, el animal ya la había atravesado casi por completo. Lo que más me enfurecía de toda esta situación es que no podía hacer nada. La rata la acabó atravesando la tripa y ella se desangró. Dejaron su cuerpo ahí tirado, desnudo, para que no me pudiera ahorcar con su vestido. Acabé volviéndome loco, los días me consumían. No tenía nada que comer ni que beber, ya no sabían como hacerme hablar y me dejaron de abastecer comida, querían que me muriera de hambre, pero yo fui más listo, me la devoré, sí a ella. Ahora está dentro de mí y soy un poco más perfecto.

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